-¿Por qué no te quedas?
Mañana es domingo, no tenemos nada que hacer. Por favor. –Me sonrió y yo
suspiré rodando los ojos.
-Cuando te duermas me voy,
¿vale?
-No voy a dormir, así que
vale. –Rió en voz baja y entramos en silencio en su casa.
Me tumbé en su cama,
poniendo ambas manos detrás de mí nuca, centrando la mirada en el techo blanco
de su cuarto. Ella se sentó, cruzándose de piernas delante de mí y una sonrisa
surgió en su rostro.
-¿Qué has hecho este mes?
–Me encogí de hombros antes de contestarle. Me erguí en la cama y apoyé todo mi
pecho en su cabecero de madera.
-Daba clases por las
mañanas, y por las noches venía a verte.
-¿Dabas clases?
-Sí, mis padres contrataron
un profesor particular. –Jenn asintió y frunció el ceño. -¿Qué pasa?
-¿Por qué no venías a clase?
-Te dije que iba a evitar
que nos viéramos.
-Yo no quería eso.
-Sí lo querías. Liam me lo
contó. –Bajó la mirada y suspiré, acercándome a ella y acariciando su mejilla
para hacer que levantara la mirada hasta mí. –Da igual. Ya te he dicho que
quiero olvidar este mes.
-¿Ha-Has estado con alguien?
-¿Con quién narices voy a
estar? Ninguna chica me parecía tan buena como tú, por el simple hecho de que
no eras tú. Jenn, quiero que entiendas de una maldita vez que eres la única a
la que quiero conmigo. Y siempre va a ser así. –Ella se abalanzó sobre mí,
besándome por toda la cara haciéndome reír.
Estuvimos toda la noche hablando de
cualquier cosa que se nos ocurriera. Me contó que tal se había pasado la
navidad en casa de sus tíos, y empezamos a planear mi cumpleaños.
-Yo no quiero nada de fiesta, nena.
-Tú te callas y me haces caso.
-Señora, sí, señora. –Imité el
saludo militar causando su risa y negué con la cabeza.
-Tu regalo de navidad, te lo daré
por tu cumpleaños.
-No me parece bien.
-Te jodes. –Me sacó la lengua y
rompí a reír al ver su cara de niña pequeña al hacer ese gesto. Seguimos
hablando sobre los invitados, lo que haríamos y así hasta que estaba a punto de
despuntar el alba; lo último que recuerdo, antes de dormirme a su lado, fue
como sus labios se clavaban en los míos, dejando en ellos su dulce sabor al
cacao de fresa que nunca faltaba en ella, y como susurraba un ‘te he echado de
menos’ a pocos centímetros de mi oreja.
-¡Malik! ¡Malik! –Sentí como me
sacudían con poca fuerza intentando sacarme de la cama y yo gruñí removiéndome
hasta conseguir abrazarme a la cintura de Jenn. –Vamos Zayn, no estoy para
tonterías. –Empecé a besar con parsimonia su espalda y ella rió en voz baja.
–Mi padre. –Abrí los ojos y salté de la cama, buscando con la mirada un sitio
donde poder esconderme. De repente su sonora carcajada retumbó por todo el
cuarto, haciéndome girar la mirada hasta ella. -¡Eres gilipollas! –De nuevo
volvió a reír. –Tendrías… Tendrías que haber visto tu cara. –Otra carcajada
más.
-Estás muerta. –Reí y me tiré
encima suya mientras le hacía cosquillas.
-No, no, Zayn… -Rió en mi cuello
provocándome escalofríos y yo seguí con mi particular tortura.
-No, cariño, me la has jugado.
-Sólo era una broma, Malik. –La
cogí en brazos, pegándola a mí y besé su cuello con parsimonia, dejando leves
mordiscos en su mandíbula. A ella sólo la escuchaba suspirar de vez en cuando y
sabía que mi plan estaba dando efecto. Rápidamente sus piernas se enredaron en
mi cintura y yo sonreí, clavando mis labios en los suyos y paseando mis manos
dentro de su camiseta acariciando con parsimonia su espalda.
Nuestros labios jugaban al compás y
sus manos paseaban lentamente por mi despeinado pelo. Le quité la camiseta en
medio segundo y paseé mis labios por su vientre, haciendo que su piel se
erizara con el tacto. Los pantalones de su pijama también salieron de su
cuerpo, quedando únicamente cubierta por unas braguitas negras que me hicieron
arquear las cejas provocando una risa por parte de Jenn.
Relamí mis labios y besé de nuevo
su boca con ansias. Ella me arrebató la camiseta y los pantalones antes de que
pudiera oponerme, aunque claramente, no iba a hacerlo. Me levanté de la cama y
rebusqué en mis pantalones buscando mi cartera.
-¿Buscas esto, Malik? –La miré y
sostenía un preservativo entre sus dedos. Sonreí y me acerqué a ella,
arrebatándoselo mientras besaba la parte baja de su oreja, haciéndola suspirar
pesadamente contra mi piel.
Eliminé lo que nos quedaba de ropa
a ambos y tras ponerme el condón, besé sus labios y entré en ella haciéndola gruñir
en mis labios. Mis manos se posaron en su cintura, intentando mantener el ritmo
de mis movimientos. Sus manos se clavaron en mis hombros y dejó caer la cabeza
sobre la almohada mientras yo besaba su cuello y su pecho.
Antes de poder besar sus labios de
nuevo, se giró quedando ella encima de mí. Sus labios se pasearon por mi torso
y por mi mandíbula, al mismo tiempo que aumentaba el ritmo de los movimientos.
Suspiré y mi mano se centró en su nuca, haciendo que su rostro se acercara al
mío y disfruté con demasiadas ganas de sus labios.
Volví a girarla, dejando de nuevo
su cuerpo bajo el mío y sonreí, besando su hombro, haciendo que su respiración
descendiera de velocidad. Los besos también bajaron su intensidad y salí de
ella, tumbándome a su lado en la cama, envolviendo su cuerpo con uno de mis
brazos. Ella rápidamente apoyó la cabeza sobre mi pecho y, con sus dedos
recorrió algunos de los tatuajes que decoraban mi cuerpo.
-Te quiero. –Susurré en su oído de
tal manera que, si hubiéramos estado rodeados de personas, sólo ella habría
oído mis palabras.
-¿Mucho?
-De aquí a más de tres metros sobre
el cielo. –Vi una sonrisa en su rostro y supe que recordaba la semana en Italia
tan bien como la recordaba yo. La apreté contra mi pecho y besé su pelo,
mientras acariciaba con tranquilidad su desnuda espalda.