viernes, 22 de febrero de 2013

CAPÍTULO 11.


Nos pasamos el resto de la mañana acomodados en el sofá contándonos cosas sin importancia, viendo un par de programas de cocina que echaban hasta que finalmente dejamos puesto un canal de documentales sobre diferentes países. Estaban echando un documental sobre Francia, y justamente estaba saliendo la ciudad de París. Fijé la mirada en la televisión mientras el narrador daba datos sobre la creación de la ciudad, su fundador, los distintos reyes del país…
-¿Sabes? Fui a París de pequeña y me enam… -El ronquido de Harry me hizo volver la mirada hacia él. Se había hecho un pequeño ovillo y se había quedado dormido en un pequeño hueco del sillón. Sonreí y bajé el volumen de la televisión para no molestarle. Parecía un niño pequeño cuando dormía. Volví a centrar toda mi atención en la pantalla. La ciudad de París siempre me había gustado y, cuando mis padres me dijeron que íbamos a ir me pasé casi dos horas dándoles las gracias. Me acuerdo que primero fuimos a Disneyland y recuerdo a mi padre disfrutando más que yo de las atracciones y de los personajes. Luego, cuando llegamos a París, mi madre nos contó todas las historias posibles sobre la ciudad, a ella se las había contado su padre, y a él mi bisabuelo. Vicky tenía apenas un año y no pudo venir con nosotros pero, cuando mi madre murió, le prometí llevarla en cuanto reuniera algo de dinero. Y le contaría todas, todas las historias que mi madre  nos contó sobre París. El documental duró apenas media hora más y empezó uno sobre España. La sonrisa se apoderó de mi cara cuando empezaron a sonar unas sevillanas de fondo.
Madrid, Barcelona y Valencia fueron las primeras ciudades en aparecer. Y luego Andalucía, mi tierra. Las lágrimas empezaron a brotar y yo parpadeé un par de veces intentando no llorar. Una a una fueron apareciendo las ocho provincias, Almería, Málaga, Sevilla, Jaén… Hasta llegar a Granada. La Alhambra fue lo primero en aparecer, y de fondo Sierra Nevada. Recordé los fines de semana esquiando con mis amigas, con mi padre, con mis tíos… con él. Sacudí la cabeza intentando que todos esos pensamientos salieran rápidamente de mi mente.
-España. –El español con acento británico de Harry me sorprendió y di un salto en el sofá. Reímos y me acomodé en el sofá, para que el pudiera ver también el programa.
-Mira, esa es mi ciudad. –Él asentía divertido.
-¿Muchos momentos vividos en esa sierra? –Señaló las nevadas montañas de Sierra Nevada y asentí con tristeza.
-Demasiados. Y no muy buenos.
-Eh, tranquila. Ahora eres mi niña. –Me sonrojé y me abrazó con fuerza. –Y para siempre pequeña, lo prometo.
-No prometas.
-¿Qué?
-Lo siento, es que… bueno, malas experiencias con promesas. Nunca cumplen lo que dicen.
-Pues eso conmigo se ha acabado. –Me besó con dulzura la mejilla y sonreí. –Por cierto, ¿qué pasó cuando fuiste a París de pequeña? –Lo miré asombrada y reí.
-¿Me has escuchado?
-Sí, estaba haciéndome el dormido. –Le pegué un suave puñetazo en el hombro y rió.
-Idiota.
-Sí, pero desde hace unas horas, tu idiota. –Lo miré y le abracé mientras juntaba sus labios con los míos.
Él me correspondió el beso, agarrándome por la cintura mientras me acercaba más a él. El sonido del reloj de la entrada me asustó y di un salto en el sofá. Harry simplemente rió y se levantó del sofá.
-Harry, me voy a ir ya. Que tengo que comer con mis abuelos y mi hermana.
-Te veo mañana. –Me besó de nuevo dulcemente en los labios y salí del apartamento. Había dejado de llover hacía un par de horas. Así que fui andando con tranquilidad hacia mi casa. Los estudiantes iban saliendo de sus clases. Escuché las risas de un par de chicas y los gritos de unos niños en la acera de enfrente. Sonreí, aquello sí que me recordaba a España.
Llegué a mi piso antes que mi hermana, así que empecé a poner la mesa con mis abuelos. Mi abuela hablaba de un programa poco interesante que había visto esa mañana y mi abuelo leía tranquilamente el periódico. Escuché la puerta del piso así que me acerqué para saludar a mi hermana. Ella dejó mi mochila junto a la suya en la puerta y me miró sonriendo. Las dos sabíamos que significaba esa sonrisa. Reí en voz baja y me acerqué a ella abrazándola.
Empezamos a comer en silencio. La verdad es que la relación con nuestros abuelos se había enfriado muchísimo desde que se murió mi madre, aunque las cosas se arreglaron con mi abuela, mi abuelo seguía estando bastante distante. Finalmente mi abuela rompió el hielo.
-Chicas, contadnos, ¿qué tal las clases? ¿Os gusta el colegio?
-Sí, es genial, y la gente es muy simpática.
-Y las clases pues bien, tranquilas. –Mi hermana me miró aguantando la risa y yo le di una patada por debajo de la mesa.
-Me alegro de que os guste. Por cierto, vuestro padre ha llamado esta mañana. –Levanté la vista del plato para centrarla en mi abuela. –Dice que estará aquí para el cumpleaños de vuestra madre. –Miré el calendario que había sobre la televisión. Sonreí, eso significaba que en una semana mi padre estaría con nosotras. Mi hermana empezó a aplaudir por la emoción y yo la acompañé. Mi abuela reía divertida mientras empezaba a recoger la mesa.
Cuando el reloj marcó las 3 menos cuarto habíamos terminado de recoger la cocina y de limpiar los platos. Nos despedimos de nuestros abuelos y nos sentamos en el salón para ver la tele. Mi hermana apoyó la cabeza en mis rodillas y me miró interrogante, esperando una explicación a lo que había pasado esa mañana. Yo negué divertida y respiré hondo. Le conté todo lo que había pasado con Niall y su novia, y como me había saltado las clases con Harry, ella sólo asentía.
-Entonces, ¿es Harry?
-Sí.
-¿Y Niall?
-Con Rachel. –Ella suspiró y se levantó, sentándose como un indio en el sofá.
-No quiero que Harry te haga daño.
-No me lo va a hacer. Él no es como tú te piensas. –Mi hermana empezaba a cabrearme. Suspiré cruzándome de brazos y la miré de reojo.
-Yo sólo te digo lo que dicen las de mi clase.
-¿Y te crees que les voy a hacer caso a tres niñatas? –El tono de mi voz ahora era más fuerte que cuando empezamos la conversación, mi hermana centró la mirada en mí, aguantando la respiración, ella estaba tan enfadada como yo.
-No soy una niñata, eso lo primero, y lo segundo lo digo por tu bien. –Ella también alzó su voz, pero no al mismo tono que yo.
-Claro que eres una niñata, cuando aprendas de la vida vienes a darme consejos, joder. Que te crees que lo sabes todo.
-¿Sabes que te digo? Qué ojalá esa noche te hubieras muerto tú y no mamá. –Sus gritos resonaron por la pequeña habitación y se clavaron con demasiada fuerza en mi pecho. Las lágrimas en los ojos de mi hermana se hicieron presentes y salió corriendo hacia su habitación. Mientras yo estaba ahí parada mirando el lugar que hacía apenas unos segundos había ocupado mi hermana. Y de repente el pequeño recuerdo de aquella noche me vino a la memoria, justo cuando una lágrima se deslizó con delicadeza por mi mejilla.

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