Mi mirada se nublaba cada vez más a causa de las lágrimas
acumuladas y mi mente se esfumó a la noche del 15 de enero de 2009.
“-¡Mamá, que me da exactamente igual lo que digas, que mañana
me pienso ir de fiesta con Noe! –Mis gritos se escuchaban por todo el coche
mientras mi madre suspiraba con fuerza en el asiento del conductor. -¡Llevamos
meses planeando su cumpleaños, y no me pienso quedar sin ir!
-¡Quizá si hubieras aprobado el maldito examen de
matemáticas mañana saldrías! ¡Pero no, todo el día pendiente del jodido niñato
ese!
-¡Se llama Lucas! ¡Lucas! No es tan difícil de decir mamá. –Cada
una subía más la voz que la otra. No hacíamos más que discutir. La lluvia se
estrellaba con fuerza sobre el coche y el tráfico cada vez se hacía más denso.
-¡Como si se llama Pepito! ¡Ese niño no es buena influencia!
¿Te enteras? No quiero que lo veas más.
-¿Y tú me lo vas a prohibir? Ni en sueños.
-Sí, yo te lo pienso prohibir. ¡Estás castigada durante seis
meses! A ver si así se te quita la tontería.
-¡Te odio, mamá! ¡Ojalá no fueras mi madre!–Mi madre giró hacia
la salida que conducía a nuestra urbanización.
Unas luces nos cegaron a las dos. Y, después de eso, lo que
recuerdo es que mi cabeza tocaba el techo del coche. Sentía un líquido que caía
sobre mis mejillas, pero sabía perfectamente que lágrimas no eran.
-¿Mamá? –Ella asintió con debilidad desde su asiento.
-¿Mamá, que ha pasado?
-Cariño, tranquila… -Respiró hondo y siguió hablando. –Sólo ha
sido un pequeño choque. En unos minutos estaremos en casa con Vicky y tu padre.
–Agarró con fuerza mi mano y vi un pequeño destello de una sonrisa en su cara.
Las luces de una ambulancia me permitieron ver la posición
del coche y como había unas pequeñas llamas sobre el capó. Habíamos dado una
vuelta entera. Cerré los ojos con fuerza esperando que pasara aquella
pesadilla. Quería estar en casa, abrazar a mi hermana y no en ese amasijo de
hierros. Unas fuertes manos me agarraron y me sacaron del coche. Me sentaron en
una camilla y empezaron a hacerme pruebas.
Pude comprobar que el líquido que bajaba sobre mis mejillas
era sangre. Tenía una pequeña brecha en la frente y poco más. El enfermero
intentaba tranquilizarme y lo estaba consiguiendo hasta que una fuerte
explosión resonó a nuestras espaldas.
Me levanté corriendo de la camilla y me coloqué delante del
coche, ahora en llamas, de mi madre. Mi madre. La buscaba con la mirada por
todos lados, pero no estaba. No la habían podido sacar de ahí.
-Lo siento. Tu madre estaba completamente atrapada, y cuando
hemos empezado a proceder para sacarla, el fuego ha entrado en el depósito de
la gasolina y… Lo siento. –Ahora sí que pude sentir las lágrimas en mis
mejillas. Mi madre había muerto. Y mis últimas palabras habían sido un maldito ‘te
odio’ y un ‘ojalá no fueras mi madre’. Sollocé con más fuerza y me senté en el
suelo a esperar a mi padre. “
Quizá Vicky si tuviera razón, quizá debería haber sido yo
quien hubiera muerto quemada y no mi madre. Me sequé las lágrimas que se
encontraban alojadas en mis mejillas y me levanté del sofá para ir a hablar con
mi hermana.
Llamé un par de veces a su puerta, pero no contestó nadie.
Así que abrí la puerta y la encontré llorando con una foto de mi madre.
-Vicky. Perdona por lo de antes, no eres una niñata, ni una
sabelotodo.
-Y yo no quise decir eso. No quiero que te mueras. –Me hizo
un hueco en su cama y me senté a su lado. –Cuéntame algo sobre ella.
-Ya lo sabes todo.
-Pues algo que ya sepa. –Me quedé mirando la foto y sonreí.
-Cuando era navidad, mamá siempre obligaba a papá a vestirse
de Papá Noel, y una vez entraste al cuarto cuando papá todavía no se había
vestido del todo y fuiste corriendo a mamá y le dijiste: “le voy a decir a papá
que le engañas con Papá Noel”. Y ella empezó a reírse como una loca. –Mi hermana
sonreía recordando aquella navidad. –Y el día de la cabalgata de Reyes, ella te
ponía caramelos en la capucha y te decía: “¡Anda! Pero mira todo lo que tienes
aquí”, y tú te los metías todos en el bolsillo.
-Más.
-Pues… El último verano que pasamos con ella fuimos a una
playa de aquí de Inglaterra, y tú conociste a una chica muy antipática, que
siempre te echaba agua y te destrozaba tus castillos. Y se lo dijiste a mamá, y
ella de broma te dijo que le pusieras un cangrejo en el pelo. Y al día
siguiente lo hiciste. –Mi hermana y yo estallamos en una carcajada.
-La echo de menos, Beca.
-Yo también Vicky, yo también. –Ambas volvimos a centrar la
mirada en la foto de mi madre y sonreímos. Sabíamos que estuviera donde
estuviera, estaría muy orgullosa de nosotras.
Escuché el tono de mensajes mi móvil en el salón y fui a por
él. Era Harry. Sonreí.
“Sabes,
ya te lo he dicho antes, pero quería recordarte que por tu culpa sonrío como un
imbécil, pero un imbécil enamorado. Tengo una sorpresa para ti. ¿En veinte
minutos en tu portal? Te quiero.”
“No
llegues tarde. Te quiero”
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