viernes, 22 de febrero de 2013

CAPÍTULO 12.


Mi mirada se nublaba cada vez más a causa de las lágrimas acumuladas y mi mente se esfumó a la noche del 15 de enero de 2009.
“-¡Mamá, que me da exactamente igual lo que digas, que mañana me pienso ir de fiesta con Noe! –Mis gritos se escuchaban por todo el coche mientras mi madre suspiraba con fuerza en el asiento del conductor. -¡Llevamos meses planeando su cumpleaños, y no me pienso quedar sin ir!
-¡Quizá si hubieras aprobado el maldito examen de matemáticas mañana saldrías! ¡Pero no, todo el día pendiente del jodido niñato ese!
-¡Se llama Lucas! ¡Lucas! No es tan difícil de decir mamá. –Cada una subía más la voz que la otra. No hacíamos más que discutir. La lluvia se estrellaba con fuerza sobre el coche y el tráfico cada vez se hacía más denso.
-¡Como si se llama Pepito! ¡Ese niño no es buena influencia! ¿Te enteras? No quiero que lo veas más.
-¿Y tú me lo vas a prohibir? Ni en sueños.
-Sí, yo te lo pienso prohibir. ¡Estás castigada durante seis meses! A ver si así se te quita la tontería.
-¡Te odio, mamá!  ¡Ojalá no fueras mi madre!–Mi madre giró hacia la salida que conducía a nuestra urbanización.
Unas luces nos cegaron a las dos. Y, después de eso, lo que recuerdo es que mi cabeza tocaba el techo del coche. Sentía un líquido que caía sobre mis mejillas, pero sabía perfectamente que lágrimas no eran.
-¿Mamá? –Ella asintió con debilidad desde su asiento. -¿Mamá, que ha pasado?
-Cariño, tranquila… -Respiró hondo y siguió hablando. –Sólo ha sido un pequeño choque. En unos minutos estaremos en casa con Vicky y tu padre. –Agarró con fuerza mi mano y vi un pequeño destello de una sonrisa en su cara.
Las luces de una ambulancia me permitieron ver la posición del coche y como había unas pequeñas llamas sobre el capó. Habíamos dado una vuelta entera. Cerré los ojos con fuerza esperando que pasara aquella pesadilla. Quería estar en casa, abrazar a mi hermana y no en ese amasijo de hierros. Unas fuertes manos me agarraron y me sacaron del coche. Me sentaron en una camilla y empezaron a hacerme pruebas.
Pude comprobar que el líquido que bajaba sobre mis mejillas era sangre. Tenía una pequeña brecha en la frente y poco más. El enfermero intentaba tranquilizarme y lo estaba consiguiendo hasta que una fuerte explosión resonó a nuestras espaldas.
Me levanté corriendo de la camilla y me coloqué delante del coche, ahora en llamas, de mi madre. Mi madre. La buscaba con la mirada por todos lados, pero no estaba. No la habían podido sacar de ahí.
-Lo siento. Tu madre estaba completamente atrapada, y cuando hemos empezado a proceder para sacarla, el fuego ha entrado en el depósito de la gasolina y… Lo siento. –Ahora sí que pude sentir las lágrimas en mis mejillas. Mi madre había muerto. Y mis últimas palabras habían sido un maldito ‘te odio’ y un ‘ojalá no fueras mi madre’. Sollocé con más fuerza y me senté en el suelo a esperar a mi padre. “
Quizá Vicky si tuviera razón, quizá debería haber sido yo quien hubiera muerto quemada y no mi madre. Me sequé las lágrimas que se encontraban alojadas en mis mejillas y me levanté del sofá para ir a hablar con mi hermana.
Llamé un par de veces a su puerta, pero no contestó nadie. Así que abrí la puerta y la encontré llorando con una foto de mi madre.
-Vicky. Perdona por lo de antes, no eres una niñata, ni una sabelotodo.
-Y yo no quise decir eso. No quiero que te mueras. –Me hizo un hueco en su cama y me senté a su lado. –Cuéntame algo sobre ella.
-Ya lo sabes todo.
-Pues algo que ya sepa. –Me quedé mirando la foto y sonreí.
-Cuando era navidad, mamá siempre obligaba a papá a vestirse de Papá Noel, y una vez entraste al cuarto cuando papá todavía no se había vestido del todo y fuiste corriendo a mamá y le dijiste: “le voy a decir a papá que le engañas con Papá Noel”. Y ella empezó a reírse como una loca. –Mi hermana sonreía recordando aquella navidad. –Y el día de la cabalgata de Reyes, ella te ponía caramelos en la capucha y te decía: “¡Anda! Pero mira todo lo que tienes aquí”, y tú te los metías todos en el bolsillo.
-Más.
-Pues… El último verano que pasamos con ella fuimos a una playa de aquí de Inglaterra, y tú conociste a una chica muy antipática, que siempre te echaba agua y te destrozaba tus castillos. Y se lo dijiste a mamá, y ella de broma te dijo que le pusieras un cangrejo en el pelo. Y al día siguiente lo hiciste. –Mi hermana y yo estallamos en una carcajada.
-La echo de menos, Beca.
-Yo también Vicky, yo también. –Ambas volvimos a centrar la mirada en la foto de mi madre y sonreímos. Sabíamos que estuviera donde estuviera, estaría muy orgullosa de nosotras.
Escuché el tono de mensajes mi móvil en el salón y fui a por él. Era Harry. Sonreí.
                “Sabes, ya te lo he dicho antes, pero quería recordarte que por tu culpa sonrío como un imbécil, pero un imbécil enamorado. Tengo una sorpresa para ti. ¿En veinte minutos en tu portal? Te quiero.”
                “No llegues tarde. Te quiero”

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