sábado, 6 de abril de 2013

CAPÍTULO 45


[Narra Beca]
Besé de nuevo los labios de Niall antes de entrar en mi portal y me despedí de él. Cuando llegué a mi casa mi hermana aún dormía pero, por lo que escuchaba, mis abuelos ya estaban despiertos así que me pasaría a visitarlos y, además, ver a Will.
Mi abuela abrió la puerta con una sonrisa y yo la abracé. Mi abuelo me miraba desde el sofá del salón y me lancé a sus brazos mientras él me hacía cosquillas. Escuché la puerta del apartamento y desvié la mirada hasta allí para descubrir a mi primo con un paquete de churros. Me levanté del sofá y le revolví el pelo mientras él farfullaba un par de insultos.
Recogimos el salón cuando acabamos de desayunar y salí al balcón a tomar el aire. Escuché los pasos de Will detrás de mí y me di la vuelta sonriendo. Él me devolvió la sonrisa y se apoyó en la baranda a mi lado.
-¿Lo pasaste bien?
-Lo pasé genial. –Me ruboricé al recordarnos a Niall y a mí haciéndolo en un bosque perdido de Manchester y mi primo sonrió.
-Vino Harry preguntando por ti anoche. –Fijé la mirada en la silueta del Big Ben que se veía desde la terraza y ahogué un suspiro. –Y Kara llamó. Creo que deberías llamarla.
-Sí. Será lo mejor. –Saqué el móvil de la chaqueta y busqué su número en la agenda. Un toque. Dos toques. Al tercero la voz ronca de Kara sonó al otro lado.
-¿Beca?
-Kara, ¿estás bien? –Escuché un pequeño sollozo.
-¿Podemos… podemos vernos?
-En diez minutos en el colegio. –Colgamos a la vez. Miré a Will y él se encogió de hombros. –Ha debido de ser muy grave. –Volví a agarrarme el pelo en una coleta y, después de despedirme de mis abuelos, me fui a la puerta del colegio a esperar a Kara. Salió de una boca de metro, llevaba una coleta deshecha y una sudadera. Y, por la cara que traía, no había dormido en toda la noche.
Me acerqué a ella y empezamos a andar hasta una pequeña plaza que había a unos metros de allí. Me contó que había tenido una pelea con Harry la tarde anterior y que habían acabado fatal, pero ni si quiera sabía si habían terminado. Yo la escuchaba sin perder detalle de la conversación, intentando ayudarla en lo que podía.
Cuando terminó de hablar resopló profundamente. Había aguantado las ganas de llorar todo el tiempo, y yo la miraba admirando lo fuerte que era. Yo habría roto a llorar en mitad de la conversación. La abracé con fuerza dejando que ella se escondiera entre mi pelo y, cuando pasaron un par de minutos, ella se separó y mirándome a los ojos.
-¿Sabes lo que más me dolió?
-¿Qué?
-Qué esta jodidamente enamorado de ti. Y que, cuando se lo pregunté ayer, me lo confirmó mirándome fijamente a los ojos. –La voz se le quebró en mitad de la frase y yo tragué saliva. –Te quiere. Y no puedo cambiar eso.
-También te quiere a ti.
-Pero nunca me mirará como te mira a ti; ¿has visto cómo sonríe cuando te ve? Maldita sea, es la sonrisa de un tío enamorado. –Ella se levantó del banco y yo bajé la mirada. –Tranquila, Beca. No es tu culpa.
-Kara, yo…
-No te vayas a disculpar. Da igual, ya encontraré a alguien que me mire de esa forma. –Me abrazó sonriendo mientras secaba un par de lágrimas y yo suspiré abrazándola aún más fuerte. –Bien, y ahora cuéntame, ¿qué tal la excursión con Niall? ¿Lo hicisteis?
-¡Kara!
-¡Lo hicisteis! –Ambas estallamos en una risa. –Lo sabía. Julie me debe diez libras. –Volví a reír y ella acompañó mi carcajada casi al instante.
-No os voy a contar nada más, guarras. –Seguimos sentadas en la plaza contándonos cosas hasta que nuestras tripas rugieron. Ambas nos miramos y sabíamos que era hora de volver a casa.
Me despedí de ella en la boca de metro y me susurró un ‘gracias’ antes de darme un abrazo de despedida. La despedí con la mano y empecé a andar hacía mi apartamento. Llegué a casa de mis abuelos y mi hermana me abrazó con fuerza.
-¿Me has echado de menos, enana?
-Mucho. –Reí y empecé a comer mientras escuchaba a mi hermana decirle a mis abuelos que hoy dormiría en casa de una amiga. Fue entonces cuando me acordé de que mañana no teníamos clase. Sonreí pensando en algún buen plan que hacer para no desaprovechar el día.
Acabamos de comer y nos tumbamos en el sofá mientras mi abuela se ponía a leer un libro y mi abuelo veía entretenido el fútbol. En un par de minutos, Vicky, se había quedado dormida entre Will y yo.
-Voy a invitar a las chicas a dormir. –Él sonrío con picardía y yo le golpeé el brazo. –Tú vas a estar lejos de mi casa. Y de Julie.
-Pues yo invitaré a los chicos. –Le lancé una mirada cortante y él rió. –Déjame ir. Cuando os vayáis a la cama yo me iré.
-Te quedas hasta las doce.
-Como la cenicienta. –Lo miré extrañada y empezamos a reír provocando que Vicky balbuceara un par de insultos y se removiera en el sofá.
Llamé a Julie y a Kara que aceptaron encantadas y a las seis y media ya las tenía en la puerta de mi casa armando lío.
Julie venía cargada de comida y helado y Kara se había encargado de traer las películas que veríamos durante las horas siguientes. Will ayudó a Julie a colocar todo mientras Kara y yo los dejábamos solos en la cocina.
Cuando volvieron con palomitas, patatas y bebidas, pusimos la primera de las más de diez películas que habían traído y apagamos las luces del salón, dejando como única iluminación la luz de la pantalla de la televisión.
Al cabo de dos horas y media había terminado la película. Kara y yo estábamos en el suelo comiendo palomitas y Will y Julie se habían apoderado del sofá. Los miramos unos segundos y estaban abrazados ignorando por completo la película mientras se comían a besos.
-¡Iros a un motel! –Les lancé un puñado de palomitas y Julie me enseñó el dedo corazón.  –¿Así me agradeces que te presentara a este idiota? –Todos reímos y Kara se acercó para poner la siguiente película. Y cuando acabó, otra más. Y otra. Sólo recuerdo ver tres y que el reloj marcaba las once. Había sido un día duro así que cerré los ojos y me dormí en el frío suelo de mármol.
Abrí los ojos. Las dos menos diez de la mañana. Kara dormía en el sillón y Julie y Will lo hacían en el sofá. Hacían tan buena pareja. Sonreí, la pantalla de la televisión seguía encendida así que la apagué y fui a mi cuarto a por un par de mantas para taparlos. Yo me había desvelado así que cogí un libro, una manta, encendí la luz de la terraza y me senté en el pequeño balancín para leer algo.
Mi mirada se desviaba a la calle, por la que no paseaba nadie a excepción de un par de borrachos. El rugido de una moto se escuchó por toda la calle y me asomé para mirar mejor. La figura del chico sólo estaba iluminada por las farolas, pero, podría diferenciar aquellos rizos en cualquier lugar.

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