Anduve camino a casa en completo
silencio, sólo escuchaba lo que me contaba Zoe y, muy de vez en cuando,
asentía, fingiendo prestar atención a lo que me decía. Cuando llegamos a mi
casa me despedí de ella con un abrazó y prometí llamarla desde la playa. Ella
asintió y se fue con rapidez hasta su casa.
El salón estaba patas arriba y mi
madre recorría la casa de arriba abajo, parecía que estaba buscando algo pero,
viendo su estado de agobio, era mejor no preguntar; así que cogí mi mochila y
me marché a mi habitación. Tenía la maleta encima de la cama, lo que
significaba que nos iríamos mañana temprano o esa misma noche. Suspiré y empecé
a preparar la maleta. Bikinis, faldas, vestidos y un par de pitillos. Tacones,
tacones, cuñas y unas planas para la playa. Cogí un par de camisetas que eran
más de fiesta que para salir a dar una vuelta y un par de sudaderas para estar
por donde quisiera que fuéramos a estar.
Escuché el sonido de mi puerta y me
giré para ver a mi madre con media sonrisa. Pasó y revisó con delicadeza mi
maleta, sacó los bikinis y los pantalones para poder ver los vestidos y las
faldas que llevaba. Asintió convencida y volvió a meter todo lo que había
sacado anteriormente de nuevo. Resoplé, más que a pasar un par de días en la
playa parecía que iba a pasar cuatro días fuera, pero conocía este tipo de
reuniones, había que ir bien arreglada para dar buena impresión, eso me habían
enseñado siempre. Sólo que, hasta hace un mes, pensaba que se trataban de
verdaderas reuniones de trabajo.
-Cariño, voy a ir a comprar unas
cosas, volveré en unas horas. Salimos mañana temprano para poder llegar un poco
antes que los compañeros de tu padre y poder instalarnos mejor, así que
descansa. –Asentí y despedí a mi madre con un beso en la mejilla. Cuando
escuché la puerta cerrarse me tumbé en mi cama pensando que podría hacer. Lo
primero que hice fue levantarme y coger algo de comer. Cuando terminé, dejé
todo en el fregadero y volví a mi cuarto a tumbarme en la cama.
Tras pasarme quince putos minutos
sin hacer nada más que mirar al techo comencé a tararear una débil melodía a
piano en mi cabeza y me levanté en el acto, corriendo a la salita para guardar
la melodía en un pentagrama. Me gustaba el tono que llevaba, así que me senté en
el piano y empecé a tocarla con simplicidad, dejando que cada nota saliera sin
oposición. Diez minutos más tarde acababa de componer una pequeña canción.
Sonreí contenta y empecé a tocarla del tirón, recordando con demasiada
facilidad las notas.
-Eso suena genial, cariño. –Di un
salto en la banqueta al escuchar la voz de mi madre en el umbral de la puerta.
Ella rió y se acercó a mí. -¿Lo has compuesto tú?
-Sí.
-Hacía mucho que no componías.
-Sí, lo sé. Estaba inspirada.
–Sonreí y ella acarició mi pelo con cuidado. –Vamos Jenn, dúchate, cena y vete
a la cama. Salimos a las 7. –Resoplé. No me dejaban no madrugar ni un día de
vacaciones. Entré en la ducha y ahí estuve, bajo el chorro de agua, más de
veinte minutos. El vaho impregnaba el ambiente y yo salí totalmente relajada de
la ducha. Me vino bien aquello. Me puse mi pijama y comencé a secarme el pelo
con cierta prisa, tampoco lo quería perfecto, con tenerlo seco me bastaba, al
día siguiente iría con trenza a la playa.
El olor a pizza llegó hasta mi
habitación y salí corriendo de ésta para encontrarme una pizza familiar en el
centro de la mesa del salón, mi madre reía divertida ante mi reacción y yo me
senté a comer con rapidez, cogiendo un trozo de pizza y fijando la mirada en
las noticias que estaban poniendo.
-¡Mierda! Quema.
-Ese vocabulario señorita. –Resoplé
poniendo los ojos en blanco y me recosté en el sofá, volviendo a dar un
mordisco de mi pizza. Cuatro trozos de pizza y un par de horas de una película
después, estaba totalmente dormida en el sofá. Y ahí fue donde me desperté el
viernes, gracias al estruendo que armaba mi madre para arreglarse. ¿No podía
cerrar la puerta y arreglarse en silencio? Me levanté del sofá y me estiré
dejando a un lado la manta que me puso mi madre anoche. Entré en mi cuarto y me
puse unos shorts, las vans y una camiseta de tirantes. Entré al baño para
hacerme la trenza y me puse un poco de colonia. Mi madre me esperaba en la
entrada con ambas maletas y salimos con prisas, cerrando la puerta a nuestras
espaldas.
El viaje se pasó rápido, mientras
las canciones de mi iPod, por el contrario, pasaban lentas, haciéndome el viaje
más ameno. En unos cuarenta y cinco minutos mi madre estaba aparcando frente a
una preciosa casa blanca, mil veces más grande que la que teníamos en Londres.
-¿Desde cuándo esto es nuestro?
-Desde nunca, es de los tíos. Nos
la dejan para este fin de semana. –Asentí, saliendo del coche y cogiendo mi
maleta para poder elegir habitación.
Mi padre nos esperaba con una
sonrisa en la puerta y me abrazó con rapidez cuando me vio. Entré en la casa
seguida de él y de mi madre. Mierda, por dentro era muchísimo más grande. Había
un gran salón, con mesas cerca de la pared y una gran lámpara de cristal que
presidía el techo. La cocina, era como mi salón de grande y, al lado, un
lavadero que era como mi cocina. Subí las escaleras para ver las habitaciones.
Una de ellas era blanca, enorme,
con pósters de distintas ciudades por toda la pared y con un precioso balcón
con vistas a la playa. Sonreí y me giré para mirar a mi padre que me miraba
asintiendo, ya sabía lo que quería.
-Genial, entonces… fuera de mi
habitación. –Mis padres rieron y yo cerré la puerta con rapidez. La playa me
llamaba desde que habíamos aparcado y yo
acepté la llamada, me puse un bikini, cogí mi iPod y mi móvil, una toalla y
salí de la habitación corriendo por las escaleras. -¡Me voy a la playa! Vuelvo
para comer.
-Jenn, son las ocho de la mañana.
-Ahora está genial la playa, papá.
Llevo el móvil y una palmera de chocolate, no te preocupes, a las doce estoy
aquí. –Y cerré la puerta principal antes de darle tiempo a rechistar. La playa
no estaba a mucho más de unos cuantos metros, sólo había que bajar un pequeño
camino de madera y, tachán, ya habías llegado. Estiré la toalla sobre la arena
y me tumbé en ella, esperando que los rayos de sol fueran más fuertes.
Miré mi iPod cuando la lista de
reproducción se había repetido y el reloj ya marcaba las once y veinte de la
mañana. Me estiré en la toalla y guardé el iPod bajo ella para meterme en el
agua. Corrí por la arena y me lancé de cabeza al agua. Estaba fría, pero a la
temperatura justa. Empecé a nadar metiéndome más en el mar, y me quedé mirando
al cielo suspendida en el agua.
Salí del agua y me tumbé en la
toalla, recibiendo de nuevo los rayos del sol. Media hora más tarde escuché
como otro coche más chirriaba en el asfalto y levanté la mirada. Clare y
Franklin salieron del coche. Un par de segundo más tarde, Zayn abandonaba el
coche. Resoplé, agachando la cabeza intentando que no me viera. Desde que me había
ido a la playa había visto ya más de cinco coches, con un par de personas cada
uno, aparcar frente a la casa. Sólo dos habían bajado con hijos. Los Malik y
otros que ni si quiera conocía.
-¿Qué haces aquí tan sola?
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