lunes, 8 de julio de 2013

Capítulo 15


Anduve camino a casa en completo silencio, sólo escuchaba lo que me contaba Zoe y, muy de vez en cuando, asentía, fingiendo prestar atención a lo que me decía. Cuando llegamos a mi casa me despedí de ella con un abrazó y prometí llamarla desde la playa. Ella asintió y se fue con rapidez hasta su casa.
El salón estaba patas arriba y mi madre recorría la casa de arriba abajo, parecía que estaba buscando algo pero, viendo su estado de agobio, era mejor no preguntar; así que cogí mi mochila y me marché a mi habitación. Tenía la maleta encima de la cama, lo que significaba que nos iríamos mañana temprano o esa misma noche. Suspiré y empecé a preparar la maleta. Bikinis, faldas, vestidos y un par de pitillos. Tacones, tacones, cuñas y unas planas para la playa. Cogí un par de camisetas que eran más de fiesta que para salir a dar una vuelta y un par de sudaderas para estar por donde quisiera que fuéramos a estar.
Escuché el sonido de mi puerta y me giré para ver a mi madre con media sonrisa. Pasó y revisó con delicadeza mi maleta, sacó los bikinis y los pantalones para poder ver los vestidos y las faldas que llevaba. Asintió convencida y volvió a meter todo lo que había sacado anteriormente de nuevo. Resoplé, más que a pasar un par de días en la playa parecía que iba a pasar cuatro días fuera, pero conocía este tipo de reuniones, había que ir bien arreglada para dar buena impresión, eso me habían enseñado siempre. Sólo que, hasta hace un mes, pensaba que se trataban de verdaderas reuniones de trabajo.
-Cariño, voy a ir a comprar unas cosas, volveré en unas horas. Salimos mañana temprano para poder llegar un poco antes que los compañeros de tu padre y poder instalarnos mejor, así que descansa. –Asentí y despedí a mi madre con un beso en la mejilla. Cuando escuché la puerta cerrarse me tumbé en mi cama pensando que podría hacer. Lo primero que hice fue levantarme y coger algo de comer. Cuando terminé, dejé todo en el fregadero y volví a mi cuarto a tumbarme en la cama.
Tras pasarme quince putos minutos sin hacer nada más que mirar al techo comencé a tararear una débil melodía a piano en mi cabeza y me levanté en el acto, corriendo a la salita para guardar la melodía en un pentagrama. Me gustaba el tono que llevaba, así que me senté en el piano y empecé a tocarla con simplicidad, dejando que cada nota saliera sin oposición. Diez minutos más tarde acababa de componer una pequeña canción. Sonreí contenta y empecé a tocarla del tirón, recordando con demasiada facilidad las notas.
-Eso suena genial, cariño. –Di un salto en la banqueta al escuchar la voz de mi madre en el umbral de la puerta. Ella rió y se acercó a mí. -¿Lo has compuesto tú?
-Sí.
-Hacía mucho que no componías.
-Sí, lo sé. Estaba inspirada. –Sonreí y ella acarició mi pelo con cuidado. –Vamos Jenn, dúchate, cena y vete a la cama. Salimos a las 7. –Resoplé. No me dejaban no madrugar ni un día de vacaciones. Entré en la ducha y ahí estuve, bajo el chorro de agua, más de veinte minutos. El vaho impregnaba el ambiente y yo salí totalmente relajada de la ducha. Me vino bien aquello. Me puse mi pijama y comencé a secarme el pelo con cierta prisa, tampoco lo quería perfecto, con tenerlo seco me bastaba, al día siguiente iría con trenza a la playa.
El olor a pizza llegó hasta mi habitación y salí corriendo de ésta para encontrarme una pizza familiar en el centro de la mesa del salón, mi madre reía divertida ante mi reacción y yo me senté a comer con rapidez, cogiendo un trozo de pizza y fijando la mirada en las noticias que estaban poniendo.
-¡Mierda! Quema.
-Ese vocabulario señorita. –Resoplé poniendo los ojos en blanco y me recosté en el sofá, volviendo a dar un mordisco de mi pizza. Cuatro trozos de pizza y un par de horas de una película después, estaba totalmente dormida en el sofá. Y ahí fue donde me desperté el viernes, gracias al estruendo que armaba mi madre para arreglarse. ¿No podía cerrar la puerta y arreglarse en silencio? Me levanté del sofá y me estiré dejando a un lado la manta que me puso mi madre anoche. Entré en mi cuarto y me puse unos shorts, las vans y una camiseta de tirantes. Entré al baño para hacerme la trenza y me puse un poco de colonia. Mi madre me esperaba en la entrada con ambas maletas y salimos con prisas, cerrando la puerta a nuestras espaldas.
El viaje se pasó rápido, mientras las canciones de mi iPod, por el contrario, pasaban lentas, haciéndome el viaje más ameno. En unos cuarenta y cinco minutos mi madre estaba aparcando frente a una preciosa casa blanca, mil veces más grande que la que teníamos en Londres.
-¿Desde cuándo esto es nuestro?
-Desde nunca, es de los tíos. Nos la dejan para este fin de semana. –Asentí, saliendo del coche y cogiendo mi maleta para poder elegir habitación.
Mi padre nos esperaba con una sonrisa en la puerta y me abrazó con rapidez cuando me vio. Entré en la casa seguida de él y de mi madre. Mierda, por dentro era muchísimo más grande. Había un gran salón, con mesas cerca de la pared y una gran lámpara de cristal que presidía el techo. La cocina, era como mi salón de grande y, al lado, un lavadero que era como mi cocina. Subí las escaleras para ver las habitaciones.
Una de ellas era blanca, enorme, con pósters de distintas ciudades por toda la pared y con un precioso balcón con vistas a la playa. Sonreí y me giré para mirar a mi padre que me miraba asintiendo, ya sabía lo que quería.
-Genial, entonces… fuera de mi habitación. –Mis padres rieron y yo cerré la puerta con rapidez. La playa me llamaba desde que habíamos aparcado  y yo acepté la llamada, me puse un bikini, cogí mi iPod y mi móvil, una toalla y salí de la habitación corriendo por las escaleras. -¡Me voy a la playa! Vuelvo para comer.
-Jenn, son las ocho de la mañana.
-Ahora está genial la playa, papá. Llevo el móvil y una palmera de chocolate, no te preocupes, a las doce estoy aquí. –Y cerré la puerta principal antes de darle tiempo a rechistar. La playa no estaba a mucho más de unos cuantos metros, sólo había que bajar un pequeño camino de madera y, tachán, ya habías llegado. Estiré la toalla sobre la arena y me tumbé en ella, esperando que los rayos de sol fueran más fuertes.
Miré mi iPod cuando la lista de reproducción se había repetido y el reloj ya marcaba las once y veinte de la mañana. Me estiré en la toalla y guardé el iPod bajo ella para meterme en el agua. Corrí por la arena y me lancé de cabeza al agua. Estaba fría, pero a la temperatura justa. Empecé a nadar metiéndome más en el mar, y me quedé mirando al cielo suspendida en el agua.
Salí del agua y me tumbé en la toalla, recibiendo de nuevo los rayos del sol. Media hora más tarde escuché como otro coche más chirriaba en el asfalto y levanté la mirada. Clare y Franklin salieron del coche. Un par de segundo más tarde, Zayn abandonaba el coche. Resoplé, agachando la cabeza intentando que no me viera. Desde que me había ido a la playa había visto ya más de cinco coches, con un par de personas cada uno, aparcar frente a la casa. Sólo dos habían bajado con hijos. Los Malik y otros que ni si quiera conocía.

-¿Qué haces aquí tan sola?

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