-¡Mamá! Déjame diez minutos más. Es muy temprano. –Primer
día de clase un miércoles, ¿los de mi colegio son imbéciles? Ya nos podían
haber dado esta semana más de vacaciones, pero no.
-Llegarás tarde, venga, despierta de una vez. –Me senté en
el borde de la cama y miré mi reflejo en el espejo. No debería haber salido la
noche anterior, pero mis amigos podían ser muy persuasivos.
Me puse una coleta, una camiseta de tirantes y unos shorts
vaqueros. Las vans, mis rayban negras y me fui al salón a esperar a mi amiga.
El timbre resonó más de diez veces y corrí a abrir. Espe iba
preciosa, se había alisado el pelo y llevaba un bonito vestido que se ajustaba a cada una de sus curvas. La
abracé con fuerza y ella rió en mi oído.
-Mamá, ¡nos vamos! –Escuché un lejano adiós y cerré la
puerta.
-Último año ya. –Sentí como se encogía mi estómago y mis
ganas de vomitar aumentaban ante las palabras de Espe. Ella lo notó y me
abrazó. –Tranquila, vamos a estar juntas.
Llegamos al gran edificio y entramos saludando a un par de
profesores. La gente de nuestra clase estaba sentada en los bancos del fondo
del patio. Unos reían, otros hablaban por móvil y luego nuestras amigas, que
estaban contándose cualquier gilipollez y riendo más fuerte que los demás. Nos
acercamos y nos fundimos en un abrazo.
-¡Os he echado de menos! –Reí y me senté con ellas en el
banco, observando cómo la gente de otros cursos subían a las clases. Llegó
nuestro turno y subimos con rapidez para coger las últimas filas de asientos,
como cada año. Los demás compañeros entraban y nos saludaban con una sonrisa a
las que nosotras correspondíamos.
El profesor entró dejando los libros sobre la mesa y empezó
a darnos una charla. Que si universidad, que si oportunidades, que si futuro…
Yo miraba distraída por la ventana, sin hacer caso a lo que el hombre decía.
Entonces el sonido de la puerta me devolvió a la realidad.
-Señorito, en este colegio valoramos la puntualidad.
-Está bien. –El chico entró en clase y se sentó a un par de
mesas de distancia de la mía. Lo miré asqueada y resoplé. Parecía un imbécil.
Al menos podía haberse disculpado por llegar tarde.
-¿Tu nombre es?
-Zayn. Zayn Malik. –El chico mantenía la mirada fija en el
profesor, que tampoco tenía intención de apartarla de él.
-¿Se cree James Bond por hablar así? –Espe ahogó una
carcajada y yo hice lo mismo.
-Silencio por ahí detrás. –Nosotras asentimos con la cabeza
y volvimos a centrar la mirada en el profesor, que volvió a retomar su charla
sobre el futuro.
Pasaron las dos horas que había para las presentaciones de
los profesores y alumnos nuevos, a excepción del tal Zayn, y por fin pudimos
salir. Respiré hondo cuando salí al patio, dejando que los rayos del sol
incidieran en mi piel. De repente alguien me agarró por la cintura levantándome
del suelo. Miré de reojo y vi a Harry sonreír. Mis amigas sonreía como idiotas,
y yo puse los ojos en blanco deshaciéndome de su agarre.
-Hola Harry. –Le abracé sonriendo.
-Hola Jenn. ¿Qué tal el primer día?
-Demasiado duro. ¿Por qué no habéis venido a clase? –Miré a
Jordan y a Drew que sonreían detrás de él y Harry se encogió de hombros
sonriendo. –Idiotas. Adivinad a quien tenemos de tutor. –Los tres chicos nos
miraron interrogantes y yo puse cara de asco. –A Malcom. –Los chicos estallaron
en una carcajada y nosotras los miramos con caras de asesinas.
Malcom era el típico profesor que, además de ser un obseso
por las matemáticas y las ciencias, era demasiado estricto. Y digo demasiado,
por no decir un maldito marine. En el colegio corría el rumor de que lo había
expulsado del ejército por eso, pero siempre había pensado que se exageran los
rumores, hasta hoy. El único que se había atrevido a mantenerle la mirada era
el nuevo, ese tal… bah, como se llame.
-Eh Jenn. ¿En qué piensas? Llevamos media hora preguntándote
que quieres comer. –Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estábamos en una
mesa del burguer. Sonreí avergonzada y me encogí de hombros.
-La hamburguesa más grande que haya. –Las chicas rieron
mientras Harry y Drew se pusieron a la cola. –Eh, voy fuera a tomar un poco el
aire. –Lindsay asintió y yo sonreí levantándome de la mesa y saliendo a la
puerta del burguer.
Había unas cuantas chicas, de un par de años más pequeñas
que yo. Empecé a pasearme por los alrededores
del local. Era de agradecer el tiempo veraniego que había en Londres y, aunque
se veía nubes demasiado negras en el
horizonte, el sol brillaba con fuerza, me paré en uno de los bancos que había a
pocos metros del local y cerré los ojos aprovechando ese sol. Escuché a alguien
toser a mi espalda y me di la vuelta con parsimonia. Vi entonces una media
sonrisa y unos preciosos ojos color miel.
-Vaya, la graciosa de clase.
-¿Y tú eres…?
-Zayn. –Se sentó a mi lado de un salto y yo lo miré con cara
de asco. Puse los ojos en blanco y me levanté de ahí. –Eh, preciosa, no te
vayas.
-Lo primero, no me llames preciosa. Lo segundo, prefiero
estar lejos de ti. No creo que mi estómago aguante mucho tiempo a tu lado.
-Te llamo preciosa porque no sé tu nombre.
-No tienes porqué saberlo. –Empecé a andar en dirección al
burguer de nuevo.
-Hasta mañana, preciosa. –Me giré para mirarlo por última
vez pero ya había desaparecido. Definitivamente, era un imbécil. Entré en el
local y mis amigos ya habían empezado a comer. Me hice un hueco entre Allie y
Zoe y empecé a comer yo también.
Volvimos a casa, no sin antes pasarnos por un par de
papelerías para comprar lo necesario para el curso, un par de archivadores,
folios y millones de subrayadores que acabarían en el fondo de mi estuche sin
usar. Me dejaron en la puerta de mi casa y siguieron dando vueltas por el
centro de la ciudad.
La casa estaba vacía cuando llegué. Una nota de mi madre
presidía el frigorífico.
“Vuelvo a las diez”.
Oh, vale mamá, cuanta información. Gastas papel para decirme
eso… Resoplé arrugando la nota y tirándola al cubo de la basura. Me fui al
salón y me senté en un sofá encendiendo la tele y poniendo un programa de
música. Las horas fueron pasando a la vez que los videoclips. Al final, cuando
el reloj aún marcaba las siete de la tarde decidí hacer algo productivo y
empecé a leer un libro de los que tenía en una de las estanterías cogiendo
polvo.
Cuando iba por la mitad del libro aún eran las ocho de la
tarde y, al ritmo que iba, era capaz de terminarlo. Así que dejé de leer, cogí
una chaqueta y le escribí una nota a mi madre diciéndole que había salido a dar
una vuelta, seguramente yo regresaría antes que ella, pero mejor prevenir que
curar. Cerré la casa de un portazo y empecé a andar por las calles medio vacías
de Londres mientras hacía que la música resonara en mis auriculares.
SIGUELAAAAAAAAAAAAAA kergjngkjrngherjkgnerjkgerjkr me dejas con la intriga
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